domingo, 18 de noviembre de 2012

¿Qué pasa si un gato negro se traga un grillo?

Conozco un señor al que la muerte sigue muy de cerca pero aún no lo quiso tocar. Se llama Miguel.
Su mala racha comenzó cuando su mujer se quiso matar cinco minutos antes de que él llegara. Ella se tragó todos los ansiolíticos que tenía en el botiquín de su baño pero no cumplió su plan porque se durmió antes de poder tomar la pastilla fulminante. Él llegó, la vio tirada en el piso y la llevó al hospital: estaba en coma, pobre mujer, pero al menos no estaba muerta. A la semana la llevaron a su casa y la obligaron a vivir con su madre porque no estaba con la fuerza mental suficiente para poder bancarse sola. Su vieja estuvo con ella hasta que la mamá tuvo un ACV y Sara, la madre de la suicida, abandonó su trabajo de asistente terapéutica para concentrarse plenamente en despedir a su madre de 93 años que con justa razón estaba más cerca del arpa que del violín. Entonces Miguelito tomó la posta y se dedicó hasta el hartazgo de cuidar a quien ahora era su ex mujer para asegurarse de que ella no volviera a hacer semejante locura, para convencerla de que ya no tenía tantas ganas de morir y de que en realidad la vida no había sido tan mala consigo sino que ella estaba exagerando. Sara nunca más volvió a ocupar su puesto al lado de su hija y Miguel tuvo que hacerse carga de la situación porque sentía que debía salvarla. Extrañamente a Miguel le interesaba mucho que una suicida lo quiera. Quién sabe por qué, quizás cojen como si no hubiera mañana.
Pasaron tres semanas sin que el señor en cuestión tenga un nuevo encuentro cercano con la parca, ya casi se había olvidado de su mala suerte, pero como a la muerte no le gusta que la ignoren se hizo notar un lunes a la mañana en la galería donde él trabaja. Ocurrió que una mujer estaba saliendo del local de al lado y ya en el pasillo del centro comercial cayó de pronto al suelo, previamente golpeándose la nuca contra el marco de la puerta y por consiguiente, comenzar a convulsionar de una manera más que exagerada. Miguel salió desesperado de su cueva e intentó ayudar, la puso entonces con la cabeza de costado y uno de sus compañeros llamó a la ambulancia alegando urgencia. Por la boca de la mujer convulsiva se veía un hilo de sangre que guiaba hacia el charco que estaba en el piso, era lo que se dice un mal augurio pero, para alivio de todos, la ambulancia llegó en veinte minutos al lugar, los empleados de la galería se sorprendieron de la rapidez del servicio y pensaron que si llamaban al mismo lugar cuando ellos tengan una tragedia, podrían evitar la destierralización de su cuerpo pero nadie fue capaz de exteriorizar sus conjeturas, por ende mi personaje no pudo explicarles que lo que ellos creían era erróneo, que las posibilidades de que una ambulancia llegue a tiempo son pocas y que hoy habían tenido suerte. Como nadie pudo exponer su idea de salvación, Miguel no pudo exponer su mirada realista de la situación, por eso no se dio cuenta que en realidad no tenía tanta mala suerte. De todas formas, hasta este momento no había encontrado el hilo conductor que lo había llevado a la tragedia ya tres veces en un mes, todavía no había cosa que lo preocupe tanto.
Su sugestión comenzó el día que un amigo de él cayó de una ventana y quedó con medio cuerpo afuera del ambiente colgando del marco. Ésto sí que le hizo ver que la muerte le andaba rondando, ahora sí que comenzaba a asustarse y a pensar qué habrá hecho Miguelito para merecer que la muerte lo busque. Igualmente, para alegría de nuestro amigo, su compañero no murió, de todas las víctimas que tuvieron la desdicha de cruzarse con Miguel y su mala amistad con San La Muerte, Anibal había sido el que más suerte tuvo, sólo se clavó un vidrio en el pecho, otro en el brazo y se fisuró dos costillas, lo cual podría haberlo matado, sí, pero no murió y sólo recibió cuatro puntos.
Ese día Miguel llegó a su casa desencantado con la vida, cabizbajo, culpógeno. Le contó su hipótesis de mala leche a su hija y le dijo que lo mejor que podría hacer esa noche era bañarse relajadamente con mucho vinagre para sacarse la mierda, que su abuelo decía eso. Su hija se rió, ella no es nada supersticiosa, pero opinó que si eso iba a hacer que él se calme, que no dude en bañarse entonces, que funcionaría como un placebo y ella sí cree en los placebos. Fue entonces que Miguel agarró la botella del vinagre que encontró, sólo quedaba de vino, fue al baño, abrió la ducha, se sacó la ropa y se metió en la bañadera pero no se atrevió a ponerle vinagre, analizó que tiene un olor muy fuerte y que iba a salir y se iba a querer bañar de nuevo así que sólo se bañó con agua como siempre. Me pareció coherente la idea pero realmente necesitaba quitarse a la muerte de encima, si me permiten la opinión, considero que el vinagre hubiera hecho que el temor de Miguel no cause más problemas. Salió de la ducha, cenaron casi en silencio y luego se fueron a dormir.
A la mañana siguiente, Lucía, la hija de Miguel, le avisó que tenía que ir a la avenida del barrio a comprar materiales de librería, agarró la bicicleta y apuntó para la puerta pero Miguel la detuvo y le dijo "hija, cuidate mucho, mirá que tengo a la muerte en la espalda, por favor cuidate". A la hija le molestó que el padre crea que es necesario pedirle eso, además, en tal caso, él llevaba la muerte en la espalda, Lucía no tenía nada que ver con la mala ni la buena suerte. De todas formas accedió a aumentar su cuidado para que su padre no se quede preocupado sin razón aparente. Agarró las luces, el casco y las rodilleras y se las puso, una vez protegida salió a la calle y se sintió más insegura que nunca, clavaba los frenos con cada auto que veía y para colmo, estaba un poco distraída pensando en la preocupación de su padre. Sin darse cuenta cuando llegó a la avenida dobló en contramano, pensó entonces que debería bajar de la bicicleta y caminar por la cuadra pero un camión no le dio el tiempo y la embistió de manera tal que voló ella y la bicicleta por encima del acoplado. Indefectiblemente murió. 
Esa noche su viejo se bañó con vinagre y cuando salió le pidió a la muerte que se deje de romper las pelota, entonces, ella dejó la túnica en el perchero y se fue caminando.

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